Entre flores de colores
Normalmente malgasto el día de Todos los Santos en dormir la mona de Halloween, pero este año, vista la ausencia de eventos interesantes (y vista la creciente plaga de gente -sobre todo criaturitas- disfrazada para la ocasión) opté por quedarme en casa, madrugar y dedicar el día a mis menesteres y a derrochar un poco que nunca viene mal.
Entre mis derroches más imperdonables, está la adquisición (por tercera vez si contamos los vinilos y las primeras ediciones en compactos) de los cds de Dinarama, mi grupo español favorito de los 80s sin ninguna duda. Bueno, con los Pegamoides, que más o menos eran lo mismo.
Pensaba comentaros algo de estas reediciones (un sacapasta pertrechado por la industria discográfica como otro cualquiera) pero esperaré a comprarme el de los Pegamoides y analizar la colección completa y su necesaria (o no) existencia. En el fondo, una cagada únicamente necesaria para freakis como yo.
Dejo para otro momento de derroche inconsciente otras reediciones también de dudosa necesidad, como las de mi grupo español favorito de los 90s, los Héroes del Silencio, que tarde o temprano terminaré comprándome también por tercera vez...
Y mientras reflexiono sobre el despilfarro y oigo una y otra vez el nuevo maxi de Depeche Mode (Martyr, el tema inédito de su enésima recopilación de hits vol. 1 -sacapastas sacapastas sacapastas-) se me va la mente al cementerio, que hoy estará deslumbrante con sus flores nuevas, y a los, cada vez más, amigos que allí descansan.
Estamos ya en la edad en que comenzamos a ir más a entierros que a bodas y la muerte deja de ser noticia indirecta en nuestras vidas para tomar asiento en nuestro sofá e ir haciéndose un hueco entre los nuestros.
Tengo la suerte de que mis padres han llegado a la vejez con bastante buen pié, aunque hace años ya que me hago a la idea de que cada segundo con ellos es un regalo nuevo. No creo que me pille desprevenido y pueda evitar los sentimientos tremendistas; pero nunca se sabe. Por muy acostumbrado que uno esté a las despedidas, la muerte es la muerte. Y aunque acostumbrados y preparados, siempre es un palo.
Y más cuando sin premeditación ni alevosía, el cancer, el sida o un puñetero accidente de tráfico nos deja cojimancos de familiares y amistades. Mis tíos que van cayendo poco a poco, Feno, Germán el año pasado, Guille y Jose Luis éste... Por desgracia vamos a tener que ir acostumbrándonos a quedarnos sin partes tangibles de nuestro pasado. Menos mal que los hemos fagocitado y foman ya para siempre parte de nosotros. Además, en días como éste, les recordamos con una sana mezcla de nostalgia y alegría. Ojala tuviésemos un sentido tan optimista de la muerte como tienen los mexicanos. Como decía en una de las canciones de El Imperio de los Sentidos "llaman los fantasmas a mi puerta y bailan a mi alrededor". Y sería bueno bailar con ellos. Aunque sea este Martyr de DM que me está rayando ya.
Quito el repeat, levanto la aguja del plato y cambio de canción. La vida sigue. Mañana será 2 de noviembre y habrá muchas cosas que celebrar.
P.D.: A mí particularmente me gustan los cementerios más dentro de unos días, cuando las flores estén chuchurrías y a punto de pudrirse. Ya sabéis mi gusto por lo ruinoso y lo decadente. Seguramente, son restos de mi pasado de adolescente siniestro y problemático.
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