Entre libros anda el juego
¿Qué es poesía?
Fácil respuesta: sentimientos.
Como amar, como cantar, como bailar, como follar, como leer, como descubrir, como ignorar, como odiar, como mentir... Bueno, es lo mismo, pero con un par de palabras bien puestas. Y ¿quién no ha hecho eso alguna vez? Vamos, tampoco es tan difícil ¿no?
Además, es ley de vida. Tarde o temprano, todos queremos ser poetas. En el fondo, es como las matemáticas: uno + uno, dos.
¿Qué tiene pues la poesía de magia? ¿Qué tiene de innovación? ¿Qué tiene de guerrera, cuando simplemente es la suma, más o menos lógica, de palabras y experiencias? ¿Qué tiene de misterio? ¿Qué tiene de embrujo, o de hechizo, o de cautivación...? ¿Por qué se transmite por la piel?
¿Qué tiene la noche en la ciudad, que cautiva de distintas maneras a quien la vive? ¿Qué tiene ese abismo de estrellas invisibles, que hipnotiza a unos y deja fuera de juego a tantos? ¿Qué tendrán los juegos prohibidos, para que reincidamos una y otra vez en su espiral de engaño?
Y aún más grave, ¿qué tendrán los poetas, que saben deshacerse de las palabras y contarnos lo mágico de los sentimientos? ¿A quién vendieron su alma? ¿Por qué sus noches y mis noches son distintas? ¿Por qué nunca mis versos suenan igual?
Yo me perdí en la primera salida de aquella interestatal. Nunca llegué a nuestra cita. No lo pasé mal, fue una noche extraña. Sólo me quedé con la sensación de que nunca estaría a tu altura. Mira que lo busqué, pero ¿dónde estaba aquel hotel para masoquistas? Ya me avisaste, Octavio, que no todo el mundo llega. Creía que daría la talla. Me hubiese gustado: te inflan a hostias y largarse sin pagar es todo un lujo.
Pero no lo encontré.
Las perversiones, como la poesía, están reservadas a unos pocos.
Los demás, somos simples aprendices de viciosos.
Fácil respuesta: sentimientos.
Como amar, como cantar, como bailar, como follar, como leer, como descubrir, como ignorar, como odiar, como mentir... Bueno, es lo mismo, pero con un par de palabras bien puestas. Y ¿quién no ha hecho eso alguna vez? Vamos, tampoco es tan difícil ¿no?
Además, es ley de vida. Tarde o temprano, todos queremos ser poetas. En el fondo, es como las matemáticas: uno + uno, dos.
¿Qué tiene pues la poesía de magia? ¿Qué tiene de innovación? ¿Qué tiene de guerrera, cuando simplemente es la suma, más o menos lógica, de palabras y experiencias? ¿Qué tiene de misterio? ¿Qué tiene de embrujo, o de hechizo, o de cautivación...? ¿Por qué se transmite por la piel?
¿Qué tiene la noche en la ciudad, que cautiva de distintas maneras a quien la vive? ¿Qué tiene ese abismo de estrellas invisibles, que hipnotiza a unos y deja fuera de juego a tantos? ¿Qué tendrán los juegos prohibidos, para que reincidamos una y otra vez en su espiral de engaño?
Y aún más grave, ¿qué tendrán los poetas, que saben deshacerse de las palabras y contarnos lo mágico de los sentimientos? ¿A quién vendieron su alma? ¿Por qué sus noches y mis noches son distintas? ¿Por qué nunca mis versos suenan igual?
Yo me perdí en la primera salida de aquella interestatal. Nunca llegué a nuestra cita. No lo pasé mal, fue una noche extraña. Sólo me quedé con la sensación de que nunca estaría a tu altura. Mira que lo busqué, pero ¿dónde estaba aquel hotel para masoquistas? Ya me avisaste, Octavio, que no todo el mundo llega. Creía que daría la talla. Me hubiese gustado: te inflan a hostias y largarse sin pagar es todo un lujo.
Pero no lo encontré.
Las perversiones, como la poesía, están reservadas a unos pocos.
Los demás, somos simples aprendices de viciosos.
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